A pesar de que muchas personas utilizan el incienso como una
metáfora mística, investigadores confirman que esta sustancia posee bondades
psicoactivas que actúan en forma fáctica contra la ansiedad y la depresión.
Desde hace milenios distintas tradiciones místicas han
utilizado el incienso como un catalizador de manifestaciones etéreas así como
una especie de facilitador sensorial para entablar conexiones entre el mundo de
la materia y el del espíritu. Sin embargo, como suele ocurrir, la ciencia había
prestado poca atención a los posibles efectos neurológicos de estas sustancias.
Tal vez por eso el estudio que realizaron conjuntamente investigadores de la
Universidad Johns Hopkins y de la Universidad Hebrea de Jerusalén resultó
particularmente innovador.
Utilizando como muestra resina de Boswellia, árbol bastante
popular en ciertas regiones de África y Arabia que ha sido tradicionalmente
utilizado para extraer resina que posteriormente se quema para cobijar con su
humo recintos religiosos, los investigadores comprobaron que al entrar en
contacto con una persona este incienso activa canales iónicos del cerebro. El
resultado de esta interacción es un estado de relajación neurológica –debilita
sensaciones ligadas a la depresión y a la ansiedad.
Raphael Mechoulam, co-autora del estudio, enfatiza en el
efecto neurológico del incienso, una sustancia que muchos utilizan contemplando
exclusivamente su papel metafórico:
“A pesar de la información contenida en antiguos textos, la
psicoactividad de los componentes de la Bosweilla no han sido investigados.
Comprobamos que el acetato de incienso, un componente de resina de Bosweilla,
cuando probado en ratones reduce la ansiedad y provoca un comportamiento
anti-depresivo. Aparentemente en la actualidad la mayoría de los usuarios asume
que el quemar incienso solo tiene un significado simbólico”.
Para determinar los efectos de esta resina sobre el sistema
nervioso los científicos administraron acetato de incienso a los ratones y
comprobaron que ciertas áreas de su cerebro, aquellas ligadas a los circuitos
nerviosos y al manejo de emociones, respondían significativamente al estímulo
–específicamente activó una proteína llamada TRPV3 que se presenta en el
cerebro de todo mamífero y esta relacionada a la percepción de temperatura.
“El estudio también provee una explicación biológica a las
prácticas religiosas que se han preservado a lo largo de milenios, atravesando
el tiempo, la distancia, la cultura, la religión. El quemar incienso realmente
te ofrece una sensación de calor y hormigueo alrededor del cuerpo” afirma
emocionado el entonces Editor en Jefe de The FASEB Journal, Gerald Weissmann.
Algo que me resulta especialmente interesante es el concebir
este estudio realizado en 2008 como un episodio más de un fenómeno apasionante:
la ciencia llegando a conclusiones que de algún modo las tradiciones místicas
manejaban ya desde hace siglos o incluso milenios. Para entender mejor esta
relación consideremos la siguiente analogía.
Podemos percibir a la ciencia y a la magia como dos hermanas
que caminaban juntas. Una de ellas que manifiesta como virtudes distintivas la
serenidad y la claridad se mantiene sobre el sendero cristalino mientras que la
otra, inquieta y caprichosa, decide separarse para tomar otro camino, el cual
resultará largo y tedioso. Miles de años después ambas se reencuentran en su
destino original, y mientras que la magia arribó con milenios de anticipación,
aguardando pacientemente a su ‘otra yo’, la ciencia decidió rodear el camino,
lo cual le implicó múltiples tropiezos en buena medida detonados por su
soberbia y su desconfianza –pero al parecer ese era su ineludible destino.
No deja de ser curioso como la ciencia celebra cuando
comprueba metódicamente un postulado místico, olvidando que durante siglos se
dedicó a descalificarlo. Si hace un par de décadas hubiésemos intentado
explicar a un científico que el incienso tiene propiedades que van más allá de
la estética sensorial, y que de manera inexplicable, pero también
innegablemente, inducen condiciones propicias para la oración, el rezo, o la
meditación, muy probablemente nuestra afirmación habría sido discriminada. Sin
embargo hoy, luego de cinco mil años de uso del incienso en contextos
espirituales –recordemos que en China hay indicios de esta práctica que datan
del neolítico– celebra el haber confirmado propiedades psicoactivas de este
ingrediente ritual.
Pero más allá de observar este divertido retraso científico
no deja de ser reconfortante para nuestras mentes, a fin de cuentas educadas en
contextos racionales, confirmar que esa seducción metafísica que hemos
mantenido durante años frente al incienso en realidad responde a un tangible
estímulo neurológico que favorece nuestro diálogo con el espíritu. Dejemos
pues, con aún más confianza, que la efímera y ágil silueta de su humo siga
abrazando nuestros espacios (como el río acaricia la tierra que atraviesa sin
detener su marcha).
Autor: Lucio Montlune
http://pijamasurf.com/
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